Menudo atracón
postapocalíptico que me he pegado. Me he leído La carretera,
La chica mecánica y Oryx y Crake de un tirón, una
tras otra. Son novelas muy distintas, aunque tienen puntos en común,
uno de ellos su enorme calidad, y las tres me han gustado, pero la verdad es que necesito un descanso
y ponerme a leer cosas más alegres.
En realidad, La chica
mecánica no es propiamente
dicho postapocalíptica, ya que la civilización humana sigue
presente, no ha sido aniquilada, aunque debido a los efectos del
cambio climático (elevación de las aguas, ambiente cálido y
húmedo, proliferación de enfermedades) se nos muestra un mundo muy
distinto del actual, en el que el comercio global es prácticamente
una reliquia y las plagas hacen muy difícil la supervivencia. En las
otras dos novelas sí que se describe un mundo en el que ya no existe
la civilización, no hay comida disponible, y los protagonistas
hurgan entre los despojos de las casas en busca de alimentos, ropa,
utensilios o armas con los que defenderse.
Oryx y Crake es,
sencillamente, una obra maestra. Es una novela de personajes. La
personalidad de los protagonistas principales, Jimmy u Hombre de las
Nieves, Oryx y Crake, son dibujadas minuciosamente y con maestría a
lo largo de la novela. Además, a diferencia de las otras dos novelas
(y de otras muchas como Soy leyenda
o El cartero), se
presta principal atención a lo ocurrido antes de la catástrofe, a
cómo se llegó al apocalipsis, y se describe con detalle cómo era
la sociedad preapocalíptica. Lo que mueve la novela es saber qué le
ha pasado a Hombre de las Nieves, cómo ha llegado a ser el último
hombre sobre la tierra. La historia va ganando fuerza a medida que
avanza
Resulta
también muy interesante la descripción de la sociedad, fuertemente
polarizada, en la que las desigualdades sociales y económicas son
enormes. Las grandes multinacionales genético-farmacéuticas dominan
el mundo. Sus trabajadores viven aislados en los “complejos”, una
especie de enormes búnkeres donde gozan de todas las comodidades. El
resto de la población, la clase baja, vive en las “plebillas”,
separados físicamente de la clase pudiente.
La
novela comparte con La chica mecánica la
descripción de un mundo sometido a los vaivenes del cambio
climático, y en el que la ingeniería genética juega un papel
fundamental, proliferando gran variedad de nuevas especies animales y
vegetales creadas por el hombre con diversos fines (aunque en La
chica mecánica son
principalmente vegetales). Obviamente, en ambas obras están
presentes nuevos virus y microbios que transmiten enfermedades
devastadoras, algunos creados ex profeso con fines económicos.
Transmite por tanto un temor muy presente, el de que esas creaciones
se nos vayan de las manos y provoquen grandes desgracias. Es, desde
luego, un tema actual, que va a ser de gran importancia en un futuro
próximo. La clonación de animales (como la vaca Daisy, creada para
producir leche antialérgica, y que curiosamente nació sin rabo) o
la investigación con embriones suscitan grandes controversias
éticas. La cuestión es todavía más peliaguda si hablamos de la
selección genética en humanos. Ya hay empresas que ofrecen elegir
hijos a la carta (color de ojos, eliminación de enfermedades
congénitas, bebés seleccionados genéticamente para servir de
donantes, etc.). De todas formas, no estoy de acuerdo con esa visión
pesimista de la Ciencia que se ofrece en muchas novelas de ciencia
ficción. Los avances científicos conllevan peligros, pero también
grandes beneficios.
El
final de la novela es abierto, dejando a la imaginación del lector
qué decide hacer con su vida el protagonista. Eso es quizá lo que
menos me ha gustado de la novela.
En
breve me leeré otra gran obra de esta autora: El cuento de
la criada.
La
carretera es una novela muy distinta a Oryx y Crake, a
pesar de partir de partir de un punto inicial muy parecido. En esta
ocasión son dos personas, un hombre y su hijo, los que vagan por un
mundo devastado, gris, calcinado, donde ya no hay animales ni plantas
de los que alimentarse, y tan solo quedan los despojos de una
civilización derruida. No es una novela de acción. Prácticamente
no pasa nada. O más bien pasa todo el rato lo mismo.
No se
sabe nada de lo que ha ocurrido, se intuye que una catástrofe
nuclear. Padre e hijo viajan por la carretera hacia el mar,
rebuscando en las casas abandonadas algo que llevarse a la boca,
escondiéndose de los grupos de caníbales que acechan en el camino.
En
cierta manera es terrorífica. Transmite una angustiosa sensación de
desesperanza, una desazón de la que solo puede liberarte la muerte.
La
carretera es, en definitiva, una novela cargada de lirismo,
despiadada, que hay que saborear despacio, sin esperar grandes
aventuras, ni heroicidades, ni intrigas, ni un argumento complicado y
lleno de giros. La historia es áspera, lineal, semejante al mundo
que describe. Y aun así, engancha. No en vano ha sido best-seller en
EEUU y premio Pulitzer.
En La chica mecánica
la escena se sitúa en
Tailandia. Las trazas de un mundo futuro enfermo, acosado por la
subida del nivel del mar y por las plagas, se van mostrando poco a
poco en el contexto de una historia en la que interactúan un neoser
(una “chica mecánica” japonesa despreciada por todos), un
neocolonialista extranjero que trabaja para una poderosa compañía
de ingeniería genética, dos camisas blancas (esbirros del
ministerio de Medio Ambiente, que lucha contra la intrusión de
productos alimentarios extranjeros y contra la aparición de plagas)
y un tarjeta amarilla (un chino exiliado que lucha por su
supervivencia).
Al
igual que en Oryx y Crake,
se describe un mundo en el que las multinacionales de ingeniería
genética ocupan un lugar dominante en el mundo, e intentan someter a
todos los países con su yugo. En particular, la trama de La
chica mecánica se desarrolla en
el contexto de un país, Tailandia, que lucha denodadamente por
conservar su independencia, para lo cual es fundamental poseer sus
propias semillas de alimentos libres de enfermedades. Por
otro lado, la energía es un bien escaso que se obtiene por medios
mecánicos via tracción animal (con megodontes, enormes paquidermos
fruto de la ingeniería genética) o incluso por personas (gente
pobre semiesclava, por supuesto).
Es
una historia amena, escrita con un estilo bastante fluido y ágil
(aunque quizá con un excesivo número de términos en tailandés), que describe un futuro cercano y
que nos avisa de los peligros que nos acechan. A mí me ha gustado, y
la considero muy recomendable.
Otra reseña de esta novela se puede leer en Literanda.
Otra reseña de esta novela se puede leer en Literanda.